viernes, 13 de febrero de 2009

Dominicos en República Dominicana

La presencia de los Frailes Predicadores, en la actual República Dominicana, data de los primeros años  de la conquista en 1510, o sea 18 años después  de la invasión española. Fuimos de los primeros religiosos en llegar a la isla junto a los franciscanos y mercedarios; entre franciscanos y dominicos se llevaron acciones en conjunto pues la buena relación con los franciscanos  es cosa de mucho tiempo atrás, desde el nacimiento de ambas ordenes en el siglo XIII. Los dominicos  y franciscanos tienen un capítulo referencial en la historia de América y de la isla de Santo Domingo.

La escritora Flérida Nolasco en su libro “Clamor de Justicia en la Española 1510-1795” escribió respecto de la llegada de los primeros freiles dominicos a la isla: “Han llegado españoles mensajeros de bendición y amor, los religiosos hijos de Santo Domingo. Habrá lumbre en las tinieblas. Habrá palabras de verdad y voces que claman en el desierto”.  

Esta primera misión estuvo  a cargo  de un joven de apenas 28 años  de edad,  que junto a los demás frailes  o la primera comunidad,  se embarcaría en una de las empresas  más admirables que un joven de su edad  haya realizado en el Nuevo Mundo: la lucha por la defensa  de los indígenas. La reivindicación de su ser de persona humana, la denuncia de los atropellos y barbaridades  cometida por los conquistadores  ante una sociedad y un sistema que lo creía normal y justo. El mérito de la comunidad no está tanto en la denuncia y defensa de los indios como en ser los primeros en cuestionar todo un sistema religioso y político que veía como normal el brutal comportamiento de lo patrones.

En un primer momento vino Fray Pedro de Córdoba acompañado de dos o tres frailes. Desde  su llegada los frailes marcaron la diferencia  y comenzaron a predicar con el ejemplo antes que con la palabra, pese a ser los frailes de la orden de predicadores. La forma como vivieron dice mucho. Sobre ello escribe Flérida Nolasco en la obra ya  citada: “Dinero no tenían consigo y tampoco tenían donde reclinar la cabeza. Pero he aquí un hombre piadoso de nombre Pedro, lumbrera, bondadoso y de mucha fe le dio  una choza junto a su corral para que en ella viviesen… Allí se hospedaron y eran felices en esta vida  de  pobreza y abstinencia…”  

La comunidad se fortaleció muy pronto  con la llegada de un segundo grupo  de frailes. Esta vez fueron quince los que siguieron viviendo en el estilo marcado por los que habían venido primero. Y bajo la responsabilidad del joven Pedro de Córdova tendrían un arduo  y duro camino a trillar en estas tierras recién descubiertas en las que era muy fácil justificar cualquier atrocidad contra sus primeros habitantes. 

Continuará.

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